La forma en la que se diferencian los churros y las porras resulta más que obvia. Los churros son de un tamaño más pequeño, más finos y suelen presentar una forma de lazo y unas 'estrías' en el exterior. Las porras, por su parte, tienen mayor grosor y suelen ser lisos y rectos, presentando una ligera curvatura.
De hecho, se dice que su nombre proviene de las cañas de bambú que solían emplearse como molde para prepararlas.
Además de por su aspecto, churros y porras son diferentes también por el sabor y la textura que presentan cuando los degustamos. En boca, las porras resultan más esponjosas y aireadas, aunque también son muy crujientes, característica que comparten con los churros.
Junto con ello, es habitual encontrar churros cubiertos con azúcar, chocolate, nata, caramelo, etc. e incluso en versiones saladas, pero eso no ocurre con las porras, que no tienen tanto juego en su forma de consumo.
Las diferencias hasta ahora comentadas entre churros y porras tienen un porqué: la forma en la que se elaboran.
Y la clave de esas diferencias está en un detalle: las porras llevan en su masa un ingrediente añadido –bicarbonato-, lo que le otorga una mayor aireación en su interior.
Además de ello, harina, sal y agua son los ingredientes en común que tienen churros y porras, aunque con otras diferencias en el proceso de preparar la masa.
Por un lado, en cuanto a cantidades, la proporción de agua respecto a la harina es mayor en la preparación de la masa de las porras, que, además, se deja reposar antes de freír, en aras de que se suavice.
La masa de los churros resulta, por lo contrario, más densa.
Por último, también el proceso de freír los churros y las porras es diferente.
Mientras todos visualizamos esas máquinas churreras que dan forma a la masa de los churros, cortándola y dejándola caer al aceite de freír; la masa de las porras se fríe en forma de una gran espiral para después cortarlas en trozos.