Ya en el siglo XIX en China existía una especie de pan frito muy parecido al churro al que llamaban «youtiao».
La masa frita más arraigada en nuestra cocina son los churros.
La historia de los churros encuentra su comienzo en España donde los pasteleros del siglo XVI crearon la primera versión de este alimento.
Los churros tienen esa forma alargada, esbelta y cónica de churros auténticos españoles pues se va introduciendo la masa en la churrera, una especie de jeringa de repostería con una boquilla en forma de estrella desde la que se exprime la masa en trozos cortados según la medida que elige el churrero y van cayendo directamente a la olla llena de aceite hirviendo.
La mezcla de harina de trigo, agua y sal, todos ellos productos típicos españoles, son la base del churro.
Tienen infinidad de nombres según cada ciudad como jeringos, tejeringos, porras, cohombros, chiribiquis, churros finos, calentitos, tallos…
La diferencia entre las porras y los churros se debe al ingrediente extra de las primeras: bicarbonato de sodio o, en algunos casos, levadura.
Los buñuelos es un tipo de fruta de sartén de origen español que, a pesar de elaborarse con una base también en aceite hirviendo, ni la forma ni la masa con la que se elaboran y ni, por tanto, su sabor, son los mismos que los de los churros.
Esta masa es con levadura, harina, huevo, agua, un poco de sal y, a veces, saborizantes como la vainilla o el anís.
La forma de elaboración es la siguiente: se va cogiendo una pequeña bola en una mano, se pisa con el dedo pulgar para crear el agujero central y se echa en el aceite muy caliente para que se fría durante medio minuto.
Cada buñuelo saldrá de distinta forma pero todos igual de sabrosos listos para servirse en cartuchos con forma de cono de papel antigrasa.
Finalmente, se le echa azúcar conforme al estilo propio de cada churrero, esparciéndolo con cuchara con una habilidad característica que recubre todo el buñuelo, convirtiéndolo es un bocado exquisito.